jueves, 10 de octubre de 2024

Reescribía canciones, las dejaba sonar y las vomitaba luego con una piel diferente... Pasaba hambre en Madrid; entre la cafeína + nicotina o comida ganaba el binomio siempre. Asusté a yonquis en la parada de kundas de mi calle, también había un teatro, pero no me llegaba para poder pagar una entrada. 

Me postré demasiado tiempo ante la nostalgia de un futuro poco piadoso. Soñaba con que mi habitación de alquiler saliera ardiendo, pero siempre apuraba las colillas al límite y las estrujaba en el fondo del cenicero: suelo lunar, pensaba. Pensaba en mis pulmones como en una luna llena de alquitrán, en cómo los meteoros del ente negro y viscoso desplazaban partes del pulmón, encendía otro cigarro, otro porro, otro más impactando y desplazando trozos de mí mismo. Buscar la muerte, y aun así, fracasar en esto también. Perdí mucho peso. Asusté a más gente.

Procuraba que no se me notara que habitaba en medio del cliché y el huracán que lo acompaña, hacer daño en el lado contrario. No poder evitarlo. Caer en la sombra de una madre, madre-locura..., que no muere..., acompaña mientras devora tu cadáver. No habita en la sombra porque para eso tiene el rincón de malos pensamientos. De ruedas que muelen y devoran lo poco que va a quedar de ti. El horror por la nada. Por llenar cada espacio para que nadie más pueda enfermar allí dentro. Confundirlo todo hasta el significado que tiene tanta luz.

Lo primero que haces en automático es caminar. Caminas, caminas y sigues caminando desechando posibilidades según te las cruzas. Las sobrepasas y ya es otra vaina completamente diferente la que te hace caminar en automático. ¿Quieres llegar al mar? ¿A la mar desde el centro del puto Madrid? Caminar, caminar, caminar, mientras caminas, caminas, caminas el Diablo no podrá atraparte. Un intento de alterar el contexto que influye en la esencia. 

Y no tienes ni idea del porqué de todos esos actos extraños, podrían ser hechizos de contención para neófitos, pero parece más bien un mal brote. La manos con seis dedos que te brota de la cabeza durante la madrugada. Hace falta cafeína en grandes cantidades para soportarlo. Inhalar el humo de cigarrillos, un millar de ellos, y la luna cada vez más encharcada en negro-cáncer de pulmón. Salí de allí con el miedo tensándome la piel en todas las direcciones dolorosas que encontraba, una maleta [jerséis heredados de mi casero, libros de Palahniuk y una novela en ciernes] y los pasos más torpes que he dado en mi vida. 

Adiós, Madrid. Adiós, Madrid. 

Madrid era una noche iluminada por luces naranjas, era esa noche en la que ibas al 24/7 a por un paquete de café, sólo puedes pagar el paquete de mezcla, te vale, te vas. Madrid habitado, Madrid lleno de lefa y MDMA, dancing queen, enamorarse justo de lo que te trajo hasta aquí huyendo. Madrid era escribir amaneciendo escuchando a Juan Carlos Aragón. Adiós, Oh, mi capitán, Adiós, Oh, mi capitán. 

Adiós muchachos, adiós. El cañón de mi revólver en la boca. Tiro del gatillo y clic. Fracasar en eso también, muchachos. 



 

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